Si sales a la calle y siempre vuelves con una bolsa

LUNES. Todos los periodistas somos, a nuestra manera, jueces. Nos cuesta admitirlo, pero es así. En cada adjetivo hay un juicio de valor, una calificación reprobatoria o un aplauso. La subjetividad nos puede. Se nos hace la boca agua diciendo que respetamos las opiniones ajenas, pero mentimos como bellacos. Tengo que confesarlo: yo no respeto las opiniones que no comparto. Las encajo, pero me sientan como un tiro.

MARTES. Estos días he bramado contra la boda de Alba. No defiendo los intereses de nadie y menos, los de la aristocracia. Me da igual lo que haga o deje de hacer Cayetana. Allá ella. Me quejo del cinismo de la prensa del corazón, de la servidumbre que es capaz de desplegar ante los Grandes de España y sus adyacentes. Pura pantomima. Interviú ha sacado del armario las tetas de Cayetana. O los pechos, que dicen algunos haciendo acopio de severidad zoológica, como si la duquesa fuera una hembra retratada por el National Geographic.

MIÉRCOLES. Dirimo mis diferencias con Joaquín Torres, me encomiendo a Rubalcaba, hago planes con María España Umbral, con María Zurita, con Jordana, y busco inutilmente un traje de Bob Esponja para disfrazarme. No hay manera. El único que encuentro lleva la cabeza al descubierto, y yo necesito preservar mi identidad. Aquí donde me tienen, soy incapaz de dar la cara.

JUEVES. El shopping, los outlets. Salgo a la calle y siempre regreso con una bolsa en la mano. Presintiendo que parte de la población tiene los mismos instintos que yo, alguien avezado creó Las Rozas Village, que por capricho del azar cayó cerca de mi casa. El ideal del consumista compulsivo es vivir en un pueblo donde todo sean tiendas. Ese exceso conduce al delirio. No sé si hay pastillas para frenarlo: se lo consultaré a mi farmaceútico. Las Rozas Villague crece poco a poco. Hace unos días inauguraron una ampliación con nuevas firmas (Georges Rech, Tommy Hilfiger childrenwear, Lamathe). También han incorporado un café-restaurante de comida exquisita (y rápida) a cuyo frente está Benjamín Calles. Buena idea. Se trata de comer para seguir comprando.

SÁBADO. Cena con Luis y Marisa Milla, gente stupenda, futbolera, joven y amante de la vida sana. O sea, lo de ahora. Marisa es risueña y habladora, inquieta, listísima. Tiene una admirable capacidad de percepción, como si su cuerpo fuera un radar. Marisa juega al pádel y ama la comida casera. Ahora se va a hacer el camino de Santiago. Luis tiene el temple del hombre tranquilo, sensible, trabajador: la sensatez personificada. Alguna vez he estado en su casa viendo fútbol por la tele. Yo no soy futbolera, pero me gusta ver el Barça en casa de Luis. Él es un aficionado impecable. No grita, no se estresa, no es sectario. Pertenece a esa clase de entrenadores que han puesto de moda la inteligencia deportiva: Guardiola, el marqués del Bosque, Luis Milla y algunos más. Ellos se enfrentan a un partido de fútbol como si se enfrentaran a una partida de ajedrez. Durante mucho tiempo creí que el fútbol era un deporte de zoquetes. Lo único que contaba era el gol, y no importaba la forma de lograrlo. Así las cosas, sólo veía fuerza bruta en un partido. Esa idea cambió con la llegada de Cruyff, un tipo que se deslizaba por el campo como una sabandija, haciendo ejercicios de sabiduría con el cuerpo. Cruyff no se caía nunca. Llevaba la cabeza en los pies y resolvía las situaciones más enrevesadas con precisión matemática.

DOMINGO. Los jueces le han visto el plumero a Lydia Bosch. Lo siento, chica. Las ínfulas son malas consejeras. Ponte a trabajar, que tú vales mucho.

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