Doña Teresa Francisca cuando era joven y lozana

El rubor ha vuelto a las mejillas de Doña Teresa Francisca .Su rostro sigue siendo pálido y desvaído -no se entendería de otra forma en una dama de su alcurnia- pero hoy se muestra mucho más luminoso y vivaz. Incluso los brocados de su vestido y las alhajas con las que subraya su alta cuna lucen hoy más esplendorosos.Y es que por muy bien que se conservase la esposa de Don Juan de Larrea y Heredia, trescientos años no pasan en balde. Ni aunque a una la retrate el mismísimo Claudio Coello.

El milagro de recuperar los colores, volúmenes y juegos de luces con los que el gran pintor barroco inmortalizó a la vizcaína señora de Larrea ha sido posible gracias al equipo de conservadores del Museo de Bellas Artes. Y es que el Retrato de doña Teresa Francisca Mudarra y Herrera (1690) es el cuadro estrella de los siete restaurados este año a través del programa Zaindu. Y y van 60 desde que este ambicioso plan de recuperación de los fondos de la pinacoteca bilbaina echara a andar de la mano de El Corte Inglés.

«El retrato de doña Teresa Francisca no se encontraba en malas condiciones, pero necesitaba una limpieza para eliminar las capas de polución y los barnices oxidados que lo oscurecían», explicó durante la presentación del programa Zaindu José Luis Merino, máximo responsable del departamento de conservación del museo de Bellas Artes. Junto a Merino estuvieron presentes en el acto la diputada de Cultura de Bizkaia, Belén Greaves, el director del museo, Javier Viar, y el responsable de El Corte Inglés Bilbao, Inocencio Gutiérrez.

Algo más necesitado de cuidados se encontraba la Aparición de la Virgen a Santo Tomás de Aquino (1435-1459), la cuarta de las seis tablas atribuidas al taller del pintor aragonés Blasco de Grañén que posee el museo de Bellas Artes. «Realmente es la obra más deteriorada de la serie que poseemos», explicó Merino, «la materia pictórica se encontraba levantada en varios puntos y el soporte también estaba en mal estado de conservación».

Correspondiente a una serie de once tablas que formaban parte de un gran retablo gótico, los trabajos de restauración revelaron además que el 50% de la pintura no era original, sino que se correspondía con retoques posteriores encaminados a mejorar la apariencia de la obra. «Hemos retirado estas partes, que no eran las más importantes, y hemos optado por una técnica de tratello», explicó José Luis Merino, «que permite discernir qué zonas son auténticas sin llamar excesivamente la atención sobre el resto».

Los trabajos del equipo de restauración del museo, que además sirven para profundizar en el conocimiento de los distintos autores y técnicas, permitirán sacar a la luz una de las piezas menos conocidas de los fondos del museo. Se trata de La adoración de los pastores, del pintor flamenco David Ryckaert III, que se pudo ver por última vez en 2004. Muy influido por autores como Rubens o Joardens, Ryckaert vivió entre 1612 y 1661, y supo crear un estilo personal muy del gusto de las burguesías flamenca y holandesa de la época. «No es una obra de primera fila pero tiene una calidad excelente», valoró Merino, «gracias a la restauración se pueden apreciar mejor los colores, el claroscuro... y se han atajado algunas deformaciones del soporte».

Otro tanto ocurre con Al caserío (1913-15) y Pelotaris o Juego de pelota (1925-30), dos piezas de Aurelio Arteta que todavía no habían sido expuestas por el museo de Bellas Artes. «Pertenecían al palacio de Munoa, en Cruces, y pasaron a formar parte de la colección el año pasado con los problemas típicos de una obra de propiedad privada», comentó el responsable de conservación del museo bilbaino.

Como suele ser habitual, los mayores retos para el equipo de conservación del museo los presenta la obra en papel seleccionada cada año dentro del programa Zaindu. En esta ocasión la elegida ha sido Schimmer (1983), un linóleo del alemán Jörg Immendorff que presentaba desprendimientos de la materia pictórica y otros problemas derivados de la naturaleza frágil de su soporte.

La también contemporánea Sin título (1985), de la donostiarra Cristina Iglesias, se encontraba también en mal estado de conservación.Realizada en hierro y cemento policromado, la pieza presentaba una serie de fisuras y abrasiones que han sido consolidadas.«También hemos efectuado una limpieza superficial y restaurado las pérdidas cromáticas con acuarela de una calidad próxima al original», comentó Merino al respecto.

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