Los Romanoff forman parte de la historia rusa

Los Romanoff pueden ser rechazados en Rusia por razones de todos conocidas, pero los Romanoff para Rusia tienen un valor histórico inestimable como una catedral gótica o un baile antiquísimo en otro orden de cosas. Desde esta perspectiva los descendientes de los Romanoff son algo tan ruso y, por tanto, inapreciable como el vodka, la balalaika y ciertos iconos antiguos en otro orden de cosas» (p. 103, Las Reglas del Juego: Las Tribus, Espasa-Calpe, 1977). Podemos revisar este texto escrito en 1977 en el contexto de la Rusia de 1992. 

Almanzor se percató en el siglo diez de que no basta con vencer, sino que es necesario convencer. Saqueó y destruyó la ciudad de Santiago «Matamoros». Almanzor quiso ganar el juego teológico, pisoteando al mismísimo capitán espiritual de los cristianos, llevando las campanas de la Catedral desde Santiago a Córdoba a hombros de los cristianos. 


En 1974 me invitó el Gran Duque Vladimiro Kirilovich de Rusia a celebrar la Pascua rusa en su mansión de Puerta de Hierro. Podría alguien por motivos ideológicos intentar suprimir los sanfermines, las fallas, o las fiestas de la Pilarica. Es podar el árbol tribal. Brota la savia con más fuerza. Rusia no es una palabra que evoca solamente administración, política más o menos corrupta, servicio militar y otros «impuestos» (el yugo que se «impone», nos advierte el pueblo que llama a la suegra «madre política»). 

Rusia evoca además orgullo, cariño, lealtad, sentimientos hondos que no se ven ni se tocan, pero que se traducen en el mundo de los sentidos en elementos totémicos: la Pascua rusa, un rito elaborado y festivo en el que no pueden faltar los Santiago, los Sanfermín, la Santina, es decir, los Patrones que guían a la tribu y el Zar, o sea, el que encarna en su persona a la tribu misma: «Rusia soy yo». La muerte del Gran Duque Vladimiro en plena faena totémica puede tener unas repercusiones emocionales en aquéllos que se sienten rusos del género «ja soc aquí» que habrá que analizar dentro de unos años. 

Los comunistas intentaron cambiar de tótem, de iconos y de Zar, como Almanzor o como el Emperador Tito en Israel, pero no han ganado este juego. Están volviendo los Sanfermines de los rusos. Ha vuelto la bandera de los zares. No me sorprende. Los sanfermines no son algo impuesto, son algo sagrado y querido. El Gran Duque Vladimiro nació curiosamente en 1917 año en que se eliminó de la escena física -pero no totémica- a Nicolás II. 

No es lo mismo matar a un zar que matar al Zar. Matar a un tótem ese revitalizar al tótem. Atacar el sentimiento tribal es avivarlo. Se puede obtener con la pistola el sexo de una joven, pero no su cariño. «Tot per Catalunya», oímos. No se dice casi tot, sino tot. Así es la polis humana en tiempos de Almanzor, del Emperador Tito y, de la nueva , Zarina en la diáspora rusa, la Gran Duquesa María de Rusia (nacida en Madrid y vecina de esta Capital, Villa y Corte).

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