Edita Gruberova amante de Mozart

Cantó el aria de la locura por primera vez en 1978, en Viena. Han pasado 13 años y su interpretación de Lucia continúa poniendo a los teatros en pie. El Teatro Real no ha sido una excepción.

Edita Gruberova ha sido Lucia di Lammermoor más de 200 veces en 14 producciones diferentes. La última, en el coliseo madrileño, ha despertado grandes pasiones entre la crítica y el público.Su técnica impecable y su peculiar y dramática forma de abordar los personajes son las principales armas de una de las últimas divas del bel canto.

Siempre ha defendido la técnica. «Me parece fundamental. Si no la tienes, te cargas la voz y tu carrera se acaba en poco tiempo.Este personaje resulta muy complicado pero me meto en él, me dejo llevar, empiezo a flotar y comienzan a fluir las notas.Me parece terrible que la gente no tenga la suficiente formación técnica y vocal».

La protagonista de la trágica historia de amor, que creó Donizetti y que se estrenó en Napolés en 1835, se ha convertido en uno de sus roles favoritos. Y a pesar de meterse en su piel tantas veces, cada una de ellas descubre matices nuevos. «Hace cinco años me di cuenta de que Lucia está loca desde el principio.Se siente sola en un mundo de hombres. Todos la presionan y la manejan de alguna forma».

Le gusta recrearse en un número limitado de personajes. Su Zerbinetta de Ariadna auf Naxos di rigida por Karl Böhm la lanzó a la fama tras su trayectoria lírica en la Opera Nacional de Bratislava, su lugar de nacimiento. Después, llegaron el resto de sus heroínas y criaturas románticas con las que se siente más a gusto y le proporcionan la emoción («ese nudo en el estómago) que necesita para encarnarlas: Anna Bolena, Maria Stuarda, Linda di Chamounix, Elvira de I Puritani...

Considerada como una de las más importantes sopranos de coloratura y prima donna assoluta, Edita Gruberova se decanta por el bel canto aunque también le encanta Mozart. «Es un milagro. Es algo increíble que no se puede expresar con palabras. Si uno no lo interpreta como está escrito se nota enseguida». También le entusiasma Verdi, aunque reconoce que su tesitura no es la adecuada para los papeles escritos por el compositor excepto Violetta (La Traviata) y Gilda (Rigoletto).

Comunicativa, su encanto personal cautiva y hace olvidar su categoría de diva dotándola de la sencillez que poseen los grandes. A pesar de su larga y brillante trayectoria lírica, 34 años de carrera, Gruberova sigue fiel a sus principios. La música es lo esencial y el director musical resulta fundamental en los montajes en los que interviene. Con batutas como Karajan, Solti o Muti ha conseguido grandes éxitos. Sin embargo, suele desconfiar de todos ellos excepto de su marido, Friedrich Haider, con el que suele trabajar. «Conoce mi forma de respirar y de cantar. Los directores no suelen tener ni idea de técnica vocal. Los jóvenes deben ser cuidadosos. Hay que cantar siempre con inteligencia y conocer la lógica de la respiración».

Y de eso sabe la soprano que siguió los consejos que le dio otra de las grandes estrellas del universo operístico: Alfredo Kraus, con quien compartió una grabación histórica de Lucia di Lammermoor y le enseñó a no forzar la voz. Una voz del aire, como la ha catalogado la crítica, que las tres veces que ha estado en el Real, en dos recitales y una ópera, ha conseguido algo milagroso: romper con la frialdad de su público, al que ha conseguido emocionar y anhela su vuelta.

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