Kim Bassinger muy bien pagada

Esta mujer ha hecho de la humedad una categoría cinematográfica emparejada con su portentosa habilidad no tanto para transmitir emociones como para sugerir aromas espesos y tinieblas de lo más denso. No se me ocurre otro antecedente parecidamente tórrido de semejante rezumamiento que la imagen de Marilyn Monroe en Niágara o la de Janet Leigh en Sed de mal, inerme ante los goteantes pensamientos de Orson Welles, ese enormísimo experto en humedades físicas y psíquicas.

¿Puede soportar alguien el ejercicio de imaginar lo que hubiera hecho con ella Luis Buñuel, lo que podría hacer Almodóvar? En aquella película japonesa que es Nueve semanas y media no sólo aparecía naturalmente húmeda, sino que Mickey Rourke se ocupaba de recorrer detalladamente su piel con unos cubitos de hielo, como si el agua congelada fuera la metáfora de cualquier otro lubricante. En No Mercy y en Nadine su humedad natural era de una ferocidad monzónica. La humedad es oscura en sus ojos y pastosa en sus labios. Es la perfecta vestal acuática de un sopor de verano adolescente. ¿Qué sentido tiene transformar sus muy suculentas curvas y volúmenes en las líneas mondas y lirondas de un dibujo animado? Aunque quizá esto que ha hecho Hollywood con ella no sea otra cosa que el inicio de un canto de cisne, adecuado a la decisión adoptada por Kim Bassinger de recatar sus encantos.

A los 40 algunas chicas sólo se desnudan con gente de mucha confianza. Sea como sea, Kim Bassinger amenaza con dar por terminado su natural desprendimiento. Y lo ha decidido abandonando un proyecto particularmente delirante que debía ser puesto en pantalla por la hija de David Lynch, la debutante Jennifer Lynch. El proyecto se titula Boxing Helena (Encajonando a Helena) o Helena's Box (La caja de Helena), y cuenta la historia de una hermosa y húmeda mujer que pierde las piernas en un accidente. El doctor que la atiende se enamora de ella y en la duda de lo que pueda pasar con la chica, tan seductora y coqueta sin piernas como con ellas, decide cortarle también los brazos para que el torso resultante, puesto a buen recaudo de los merodeadores, no pueda escapar de su control. Fuera de la impresionante calentura que acredita esa especie de versión opiácea y onanistz de Johnny cogió su fusil, hay que reconocer que las piernas de Kin Bassinger no son demasiado gran cosa.

Los muslos resultan un poco desnutridos, y las pantorrillas, tobillos y pies ofrecen un aspecto abrumadoramente fibroso. Una película que prescinda de ellas ahorra a la productora el gasto de contratar una doble de piernas. Lo de los brazos es una exageración. Kim Bassinger cuenta con unas extremidades superiores muy bien torneadas, y aunque sus manos sean algo nudosas, sus axilas son una gruta perfecta para cocer a cualquier ermitaño. La cuestión es que reducida a tan sólo cabeza y torso, los pechos de la estrella cobrarían una absoluta relevancia dramática.

Y Kim Bassinger ya no confía en sus pechos. Lo que no deja de ser una pena. La carrera de esta mujer comenzó hace diez años, desnuda en uno de los desplegables de Playboy, donde repitió siete veces sus apariciones, sin dejar de agradecer el hecho de que «los directores sólo comenzaron a llamarme a partir de mi primera residencia en Playboy», a lo que luego añadiría: «Cuanta más carne enseñas, más alto es el techo que se pone a tu disposición». Yo no sé, y lo lamento, si los pechos de Kim Bassinger son realmente lo que fueron. Como lamento que una mujer como ésta comience a pensar que puede ganar más dinero dejándose puesta la ropa.

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