Hombres zampandose un mamut

Poco después de que el clan llenara el estómago, el río Manzanares se desbordó y el agua alcanzó, ya con poca fuerza, la zona donde aún estaban los restos abandonados, que quedaron cubiertos por el limo que arrastraba, prácticamente sin moverlos de su sitio. 

Hoy aquel lugar, en el término municipal de Getafe, se ha convertido en un yacimiento paleontológico de gran valor, el de Preresa, un nombre que debe a la empresa de extracción de áridos que sacó a la superficie los restos de aquel banquete del Paleolítico Medio. 

Desde el año 2004 un equipo de arqueólogos, geólogos y paleontólogos, de varias instituciones científicas, han ido reconstruyendo aquel lejano momento del pasado con 82 huesos del paquidermo y más de 750 utensilios de piedra. 

Juntando las piezas de este rompecabezas han recreado un Madrid con un paisaje muy diferente al de los polígonos industriales, las autovías y las canteras. Es un lugar con hipopótamos en los ríos, mucho más caudalosos de lo que son hoy; con tigres dientes de sable caminando entre la frondosa hierba; y con ciervos y uros escapando de sus fauces y de las lanzas que acechaban entre los árboles. 

Entre ellos, los neandertales, que se desconoce dónde vivían en este lugar sin cuevas, pero que estaban dispuestos a aprovechar cada recurso para su supervivencia. «Lo más importante de este yacimiento es que aquí aquellos humanos se comieron la médula ósea de un elefante o un mamut, y es algo que no se había documentado antes porque lo que cubre estos huesos es un tejido muy duro y cuesta mucho esfuerzo fracturarlo», explica el arqueólogo Joaquín Panera, del Instituto de Evolución en África (IDEA), uno de los firmantes del trabajo científico publicado en la revista Journal of Archaeological Science. 

Pero aquellos neandertales madrileños eran tenaces y sabían que dentro estaban las proteínas más valiosas, las que ahora se consiguen de las legumbres y los cereales, pero que no estaban disponibles para aquellos cazadores y recolectores euroasiáticos. 

En el mismo lugar, también hallaron la enorme cornamenta de un ciervo y parte de su osamenta, así como restos de un enorme uro (un toro primitivo) que también fue aprovechado como parte de la dieta neandertal. Todo indica que fue una actividad puntual en la que utilizaron las piedras de sílex y cuarcita que tenían más a mano. Luego, abandonaron los huesos machacados y también las herramientas. 

Con las pistas que dejaron es imposible saber si cazaron el animal o se lo encontraron moribundo, incluso muerto. «Aquellos neandertales ya tenían lanzas y es probable que lo cazaran, pero no lo sabemos», reconoce el investigador. Intentar averiguarlo es una de las metas que tiene este equipo, que en 2010 ya descubrió en el yacimiento de Áridos (Arganda del Rey) restos de otro menú de elefante, aunque en este caso no se molestaron en abrir los huesos. 
Como las vísceras es lo primero que comen los depredadores, sean humanos o no, las señales prehistóricas del banquete podrán ayudar a saber quien fue el primero en sentarse a la mesa, ya que el riesgo de cazar un elefante era muy alto. «Es el enigma que tenemos que aclarar», comenta José Yravedra, responsable de la investigación. «Por el grosor de las membranas fibrosas y otros tejidos de la carne del elefante, los humanos no siempre dejaban marcas en los huesos y por eso en ocasiones es difícil determinar si los humanos aprovechaban su carne», reconoce. 

Este valle del Manzanares enlazaba con el del Lozoya que, a su vez, a través del Puerto de Guadarrama, conectaba la meseta norte con el sur. Otros importantes yacimientos neandertales de la Comunidad de Madrid están en Pinilla del Valle, donde sí se han encontrado restos humanos. 
Luego, poco a poco, la especie se desplazó hacia el sur peninsular, y terminó por desaparecer. Los últimos, en el Estrecho de Gibraltar.

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