Diez años no es nada

Lo celebran estos días en la sala Cuarta Pared, donde se encuentran como en casa. 

Arrancaron su aventura en las tablas acompañados por Miguel Seabra y Stefano Filippi, el primero aún continúa en el grupo al cargo de la compañía en Portugal. 

Los números cantan. Este equipo puede presumir de haber estrenado 25 montajes en 20 años. Lo demás, lo calculan aproximadamente: 2.500 funciones, más de 400.000 espectadores, más de 500 espacios diferentes, más de 30 países visitados y cientos de compañeros que han pasado por los escenarios con sus propuestas. «Han sido 20 años de muchísimos encuentros, de mucha gente que ha pasado cerca y nos ha hecho mejores. Sobre todo, mejores personas. Lo estamos viendo ahora en la Cuarta Pared cuando recogemos el cariño de los compañeros, de la gente que se alegra con nosotros de celebrar este cumpleaños», asegura Lavín. 

¿Dónde está el secreto de tan larga vida profesional? Julio Salvatierra lo tiene claro, «en el entendimiento entre ambos, en el equilibrio dinámico que mantenemos. Nos complementamos bien». A lo que Álvaro Lavín añade: «cada uno tenemos algo que el otro admira y necesita». Vamos, que juntos no suman: multiplican. 

A tan singular dúo se unió hace 13 años Marina Seresesky, una actriz argentina a la que el óxido del tiempo ha convertido en madrileña. Ella ha sido el detonante para que Teatro Meridional amplíe sus perspectivas y ahonde desde hace pocos años en el mundo del cine. Con numerosos reconocimientos, por cierto, porque sus cortometrajes no paran de recibir premios. «Vamos a crear una productora y seguiremos insistiendo en este camino», explica emocionada. 

Por lo que se ve, la crisis no le afecta en exceso a esta compañía de teatro estable. «Hay que dar las vueltas a la cabeza un par de veces más», insiste Seresesky, «pero en lo fundamental no nos ha hecho daño». «Quizá porque Meridional está a nuestro servicio y no nosotros al servicio de Meridional», añade Salvatierra, orgulloso de definir lo suyo como «un grupo de amigos a los que les gusta una manera de hacer teatro». 

Veinte años han dado para mucho: piropos de todos los colores, autocríticas ante productos que no alcanzaron sus propias expectativas («somos muy sinceros, hemos parado espectáculos porque no nos gustaban o reescrito tres veces un texto hasta encontrar la clave») y anécdotas. Como aquella vez que fueron a representar a Melilla Romeo y acabaron haciendo Calisto. La culpa la tuvo un avión que no permitió que llegasen dos de los actores de la compañía. Pero Teatro Meridional no se arredró y con la complicidad del público salvaron la situación. «Esa es la maravilla del teatro», concluye.

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